Cuando éramos pequeñas a mi vecina Leti y a mi nos gustaba recorrer el jardín de la urbanización en busca de mariquitas. Las metíamos en botes de cristal y luego pegábamos nuestras narices a los botes para contarles los puntitos negros convencidas de que las manchitas nos revelarían su edad. Otro año nos dio por criar gusanos de seda y dedicamos nuestro tiempo a robar hojas de morera a la urbanización de al lado para poder satisfacer la exquisita dieta de nuestros gusanitos. Un día amanecimos y en la caja de zapatos no había ni un gusano... sólo unas bolas de hilo amarillo pegadas a las paredes de la caja. Como os podréis imaginar, de los capullos salieron unas mariposas grises, muy sosas y terriblemente feas. Lo sentí mucho por los gusanos la verdad... en cuanto mi madre se enteró de que tenía eso metido en el armario la caja desapareció de un día para otro.
Unos veinte años después me pregunto si esas pequeñas e inocentes incursiones en el jardín de nuestra urba tendrán algo que ver con el hecho de que Leti es bióloga. Lo mejor de todo es que, ahora que somos grandes, el terreno a explorar es cientos de veces más amplio que aquel al que teníamos acceso de pequeñas. Ni más ni menos que tan grande como el mundo entero. Así, Leti hizo las maletas hace unos meses y se fue a Sudáfrica. "A investigar rinocerontes", según me dijo ella. Yo, reincidiendo en
mi asqueroso egocentrismo de que todo lo que a mi no me interesa no le debe interesar a nadie, me preguntaba qué tendría de interesante un rinoceronte. ¿Un rinoceronte? ¿Rinocerontes? Como que yo no lo veía muy claro en mis pensamientos. Pero bueno, al fin y al cabo la que se iba era ella y si hay algo que a mi se me da muy bien es animar a alguien para que se vaya de aventuras.
Tres meses después recibo una de las fotos más tiernas que he visto en mi vida y para mi sonrojo siento un amor descontrolado hacia un bebé rinoceronte. Mientras fijo mi mirada en el beso que Leti le da a la pequeña rinoceronte me pregunto qué es lo que me ha hecho cambiar mi visión de estas criaturas tan de golpe. Entonces me doy cuenta de que llevo puestas las gafas de Leti. Ella me escribe, me manda fotos y me llena con sus historias como si fueran las mías propias. Me dice que se quiere quedar en Sudáfrica y yo pienso en lo bonitas que son sus palabras al sentir tanta felicidad en ellas...
En este cuento no hay corales ni calamares, pero en cambio hay jirafas, cebras y rinocerontes. No he podido evitar presumir de una historia del tipo "le pasó a mi amiga". Sí, mi amiga se fue para tres meses y me da que se va a quedar tres años. Como dice
la película, la vida es una caja de bombones y nunca sabes lo que te va a tocar. Pero para mi, lo mejor de las cajas de bombones es el poder compartirlos, meterles bocados indiscriminadamente e intercambiar medio de avellana por medio de chocolate negro. Cuando leo lo que me escribe Leti siento que comparte sus ricos bombones conmigo y delicio sus aventuras como si fueran tropezones de avellana y maravillosas nueces de macadamia. Historias como las de Leti me inspiran y me hacen ver el mundo más bonito. Deseo que quienes me leéis tengáis también la suerte de poder compartir bombones de vez en
cuando con personas queridas. Y mientras me como un trozo de chocolate… sueño con buscar mariquitas en algún jardín perdido del mundo con mi amiga Leti y su tierno bebé rinoceronte.
Gracias por
dejarme compartir tus bombones, Leti :)