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sábado, 16 de julio de 2011

De vocación socióloga, de profesión bióloga.

Debo hacer una confesión aquí y ahora. Desde el primer día en que puse un pie en la universidad de biología tuve la sensación de estar entrando en terreno enemigo. Sentí como si mi decisión fuese una traición hacia mis años entre las sociales, a mis compañeras y compañeros quienes tanto se esfuerzan por hacerse oír entre el aplastante poder de lo científico hoy en día.

Me explico. 

Durante los años que estudié sociología y mucho después de licenciada he participado en alegres y - no tan alegres - acaloradas discusiones en las cuales siempre se definían dos claros bandos: los de ciencias puras y los de ciencias sociales (aprovecho para apuntar aquí que nunca me ha gustado calificar lo social como científico, pero bueno, eso es una discusión que podemos dejar para una acalorada discusión de sobremesa). Cuando hice pública mi decisión de estudiar biología marina sentí una especie de regocijo entre mis amigos los de ciencias puras "Por fin uno de vosotros recapacita", se recochineaba un colega con gracia. Otro amigo me escribió: "ya no tendremos más esas discusiones de sociólogos contra científicos" ("¿no?, ¡qué pena!" - pienso yo). Como si por estudiar biología me fuera a dar cuenta de lo equivocados que están los sociólogos, lo acertados que son los científicos y finalmente me fuera por el buen camino, el de las ciencias puras. Me hace gracia esto. Por supuesto, mi visión frente a las cosas cambiará, pero ahora me doy cuenta de que es bastante difícil quitarse de encima siete años de sociología. O imposible.

Y qué bien.

Me encantan las "ciencias" sociales. Me encanta la perspectiva que las clases, mis compañeras, los textos, autores, asambleas, manifestaciones, las pellas en los pasillos discutiendo sobre la LOU, la tortura policial, la discriminación sexual... mi investigación en Brasil sobre turismo sexual... Todos los pequeños y grandes momentos que durante siete años me regalaron las "ciencias" sociales y me hicieron la persona que soy, una viajera empedernida, loca por descubrir otros lugares, culturas, sociedades, gentes... y que me hicieron aterrizar en Australia. Porque muy en parte, si no es por la sociología no voy a Brasil y si no es por Brasil tal vez no habría acabado en Seychelles, y si no es por Seychelles no estaría estudiando biología marina frente a la Gran Barrera de Coral. Y aunque no recuerdo apenas un 10% de lo que me examiné durante mi licenciatura, mi manera de pensar, mi enfoque cuando leo un artículo, paseo por una ciudad o discuto con alguien, está completamente deformada por la sociología. Que así sea.

He sobrevivido a mi primer año de ciencias. He tenido que estudiar química y biología, asignaturas que en el instituto me fastidiaron los veranos porque no les veía maldita la gracia. Sinceramente. Siempre me definí como una persona de humanidades, o al menos, como una persona "no de ciencias". Pero he sobrevivido y debo reconocer que lo estoy disfrutando (bueno, pero ya no más química ¿vale?) Lo que más me gusta de mi carrera son las excursiones, claro. En sociología eso no lo teníamos. Bueno, miento, una vez el de sociología urbana nos paseó por todo Madrid en un autobús y me encantó. Pero al profesor de 'sociología de la desviación' no se le ocurrió llevarnos a la calle Montera, por ejemplo. El caso es que las excursiones y las bromas entre biólogos me son nuevas y me encantan.

Con un pie en segundo tengo clarísimo que me quedo con las dos.

Desde mi mente sociológica me doy cuenta de que ser biólogo incluye:
 
Disfrutar del aire libre.
Escuchar y aprender de los que saben.

 Buscar cosas que se muevan.


 Mirar cosas minúsculas.


Mirar una rama que se cruza en tu camino.



Mirar tubos con bichitos. 

 Mirar. Lo que sea.


 Esto de ser bióloga es, básicamente, disfrutar de la vida y aprender de ella. 
Igual que ser socióloga.

Definitivamente me quedo con las dos.

Un beso,

Martita
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