Ayer fue la segunda vez en mi vida que un extraño me regala una sonrisa y un plátano en un autobús. La primera vez fue en la India hace cuatro años, en un autobús suicida con un conductor que parecía reirse de los acantalidados infinitos mientras yo pensaba en la muerte digna del viajero... Éstábamos Juan y yo apretados contra un tipo que desprendía un olor doloroso y penetrante, nos mirábamos el uno al otro con sufrimiento, pensando en las diez horas de viaje que todavía nos quedaban por delante. En un momento dado el conductor tomó la sabia decisión de darnos un respiro a todos, o al menos a nosotros dos, y paró unos diez minutos para ir al baño y demás. Al volver al autobús, Juan y yo recuperamos nuestros asientos con la triste pero sincera esperanza de que aquel hombre de ropas deshilachadas y olor podrido decidiera sentarse en otro lado. Muy en contra de nuestros planes, el hombre nos buscó con la mirada y recuperó su siento a nuestro lado. Nada más arrancar el autobús, aquel hombre por el que empezamos a sentir un incontrolable rechazo y quien no parecia tener más posesión que cuatro dientes rotos y un trapo que utilizaba como bolsa sacó unos plátanos de la nada y nos los ofreció con una enorme sonrisa. Tal vez tardamos dos segundos en reaccionar y aceptar aquellos plátanos pero fueron dos segundos de esos que se estiran de manera que cientos de fotogramas y pensamientos se cruzan incontrolables por tu mente. Me dejó clavada en mi asiento, pensando en la lección de generosidad que inocentemente ese hombre me había dado. Generosidad por simplificar y llamarlo de alguna manera... no pudimos evitar sufrir un sentimiento de culpa horroroso, plantearnos qué tipo de valores arrastra nuestra cultura que hacen que un gesto tan humano y natural nos suponga una situación de culpa absoluta. La escena del autobús y el plátano la arrastro desde entonces como una de los momentos más bonitos de mi vida.
Ayer volvía de Victoria, la pequeña capital de esta república, con dos compis de GVI en un autobús del mismo estilo suicida que el de la India. Esa vez con más cayo y sin miedo - porque a todo una se acostumbra -, y cada cual sentado en donde bien pudo encontrar un hueco. Jenni y yo encontramos hueco al final del autobús y compartimos asientos con un grupo de cuatro mujeres, tres de ellas amigas. Parecían haber pasado el día en la capital comprando y paseando, charlaban en su francés criollo y se reían alegremente. En un momento dado sentí que alguien me tocaba el brazo suavemente y al girarme dos de ellas me miraban sonrientes con un ramo de plátanos entre sus manos. No me dijeron nada, me sonrieron y agitaron los plátanos suavemente para que cogiera uno sin miedo. Cogí uno emocionada, les di las gracias como bien pude en francés y avisé a Jenni que estaba delante nuestro para que se volviera a coger uno también. Para más sorpresa, golpearon el hombro de la mujer seychellois sentada junto a Jenni y le ofrecieron uno a ella también. De nuevo un plátano y un autobús me hacen feliz, otro recuerdo inolvidable para el cajón de los momentos más dulces de mi vida.
El viaje duró una hora y recorrimos selva como si la isla fuera diez veces más grande de lo que realmente es. Llegamos a la costa justo después del atardecer y la última media hora bordeamos la playa de manera que al estirar la mano por la ventana casi llegaba a tocar la orilla. En el horizonte, los últimos rayos del sol dibujaban las siluetas de las islas de enfrente y mi retina registraba la imagen como si fuera la portada del libro de mi vida. Pensé en el mar, en lo que había debajo de esa inmensa capa azul y en lo que poco a poco voy aprendiendo de él...
En 1999 los arrecifes de las Seychelles sufrieron el mayor desastre medioambiental de su historia, un blanqueamiento que acabó con prácticamente todos los corales de las islas. La temperatura del agua subió hasta alcanzar los 34°C y se mantuvieron así durante ocho largas semanas. En contra de lo que muchas veces se cree, los corales son animales y suelen vivir en aguas con temperaturas que oscilan entre los 24°C y los 30°C. En el caso de darse un aumento tan grande en la temperatura del agua, una semana resulta el tiempo límite de vida de un coral, es decir, después de una semana algunos corales podrían recuperarse y crecer de nuevo, pero ocho semanas seguidas se traduce en muerte asegurada. Así, en 1999 un 98% de los arrecifes de coral en las Seychelles murieron,inguna anémona sobrevivió, murieron el 100% de todas ellas. Han pasado diez años y en todo ese tiempo se ha recuperado un 34% de los corales. Las anémonas están reapareciendo muy poquito a poco, pero sin duda es una enorme alegría. El pececillo de la foto adjunta es un pez payaso, que es propio de las anémonas. Allí donde ves uno, tiene que haber una anémona detrás que el pez protejerá valientemente. El de la foto es un "Seychelles Anemoniefish", Amphiprion Fusocaudatus.
Como es de imaginar, la muerte de los corales supone la muerte de muchos peces ya que muchos se alimentan de corales y los que no, se alimentan de esos peces que comen corales... Pero existe el caso de darse lo contrario, esto ocurre a veces con una estrella de mar conocida como "corana de espinas". La corona de espinas puede alcanzar el medio metro (o más) de largo y tiene a lo largo de todo su cuerpo unos pinchos que pueden llegar a medir cinco centímetros de largo. Estas estrellas se alimentan a base de corales, pueden llegar a deborar colonias enteras en poco tiempo. Existen programas de conservación marina que se dedican a sacar coronas de espinas de los arrecifes cuando se dan plagas, pero existe un debate en torno a la eficacia de este tipo de programas. De manera natural la corona de espinas se fortalece cuando se ve atacada, busca estrategias de defensa como esconderse bajo rocas y corales, y así estos programas provocan lo contrario, hacen que las coronas de espinas sean más fuertes todavía y se de una infección crónica por supervivencia. Además, no debemos olvidar que la corona de espinas es parte del arrecife de coral y que por tanto forma parte de la cadena alimenticia. Así como ésta se alimenta de corales, existen predadores en el arrecife que son predadores naturales de la corona de espinas, entre ellos están los peces emperadores y peces gatillo que se las comen cuando todavía son juveniles. Su predador más temido es la GIANT TRITON SHELL, que se la puede comer entera cuando es adulta y la digiere durante una semana refugiada tranquilamente bajo una roca. Por tanto, la corona de espinas puede ser un peligro para el arrecife cuando se produce una plaga, pero al mismo tiempo sacarlas deliberadamente de su entorno puede tener ciertas consecuencias negativas como la infección crónica por supervivencia, además de recortar el alimento de muchos otros seres del fondo de coral. Según Udo Engelhardt, que lleva años al mando de este tipo de programas, sólo cuando se dan más de 30 coronas en una hectaria debemos preocuparnos. Mientras tanto, lo mejor es dejar que la naturaleza haga con su vida lo que quiera...
marta
* Entre mis lectores sé que hay biólogos (marinos o no), buceadores y sabios varios que saben mucho sobre fondos marinos y conservación. Me encantaría que participarais con vuestros conocimientos, que aportarais datos o anécdotas interesantes y que por supuesto os sintiérais con confianza de sobra para criticar a esta principiante del mundo marino si algo de lo que escribe os genera una espinita en vuestros cerebelos ;) Gracias!
p.d. no todas las fotos son mías... agradecimientos a los fotografos que me regalan sus bonitas fotos!