A mi papá le regalaron un barco. Venía en una caja de cartón escrita con letras desteñidas y esquinas carcomidas. Además del barco, la cajita incluía unos planos polvorientos y amarillos que casi se deshicieron en sus manos como si de un mapa del tesoro se tratase. Cuando mi padre desplegó todo el contenido de la caja descubrió que al barco le faltaban muchas piezas. A pesar de eso, se enamoró de él y desde entonces pasó meses en su pequeño taller, sacando horas aquí y allá para trabajar en un barco que parecía tener historia propia aún antes de estar montado.
Visité a mi padre muchas veces en su taller cuando estuve en Madrid. Cubrió todas las paredes con los planos escaneados y los fue coloreando en el ordenador según la pieza del barco en la que estuviera concentrado.
Creó piezas que faltaban de la nada, clavó bisagras del tamaño de una lenteja, moldeó maderas con la paciencia de un santo, cosió velas y anudó cabos infinitos sin pestañear.
Mi padre navegó durante meses el URCA de Brandenburgo en su pequeño taller y hace pocos días me llamó para informarme de que tras su largo viaje, finalmente había llegado a puerto.
En contra de lo que cualquiera podría pensar, las palabras de mi padre estaban envueltas de cierta pena. Su voz reflejaba nostalgia hacia las tardes de barco en el taller, en las que viajaba a lugares lejanos en los que tan sólo el barco y él han estado alguna vez.
Si alguna vez os habéis preguntado de dónde viene mi amor por el mar, ahora ya sabéis por qué.
Mi papá es ingeniero.... y marinero.
Este post se lo dedico a él
♥
¡Un beso grande!
marti